Hola amigo, hoy he recibido tu carta. Supongo que esperabas que la recibiera el día de mi cumpleaños, pero no. De todas maneras, fue mejor porque cuando pensé que se habían acabado las sorpresas, se deslizó por debajo de mi puerta.
Ayer me acordé de ti cuando te vi en la foto que tengo pegada en el muro de mi habitación, ¡Que bien la pasamos en aquel cumpleaños!. La distancia congeló nuestra relación, hizo que los momentos para alimentarla sean muy pocos. Pero bueno, la he llamado una adaptación escéptica de la tragedia griega; es la lucha contra el destino que nos construimos día a día; lo negativo de lo positivo que es tener la suerte de existir, de estar acá y no en la memoria de otros. Aunque a veces creo que volver al mundo de las ideas es más para mi. Bueno, ahora déjame contarte una historia...
Jugando fútbol me torcí el pie derecho y el doctor lo inmovilizó con yeso. Me fijaron el pie un día de semana, a media tarde y esta ciudad se ahogaba en el calor. ¡Ese episodio estuvo terrible! El sol me pegó en el rostro durante todo el trayecto desde el edificio al metro, donde además tuve que saltar sobre el pie izquierdo hasta que secara el material. Aunque, mi novia me trajo un bastón que le quitó a su abuela para ayudarme a caminar. Además, la mano sabe que es una mano y parece no agradarle actuar como una pierna; se me hinchó apenas empecé y dolió todo el tiempo como señal de protesta.
Interactuar con la gente en esa condición fue lo más interesante y curioso. Yo trataba de avanzar con ellos en la calle para no entorpecer el camino y al final me veía ridículo esforzándome por resistir a mi situación.
De cierto modo, la conducta de la gente cambió la mía; en los trenes, la gente me cedía los asientos y era cuidadosa, procuraban no empujarme y se asustaban cuando pateaban el bastón. Como si yo lo sintiera y me doliera, me miraban a los ojos esperando mi reacción, yo me aguantaba las ganas de reír para seguirles el juego.
Entonces, acepté mi suerte y actué más relajado, me desplazaba lento y seguro pensando: “¡Abran paso, hombre con la pierna enyesada! ¡Cuidado con mi bastón porque lo siento como si fuese mi pierna!”. En todo caso, siempre preferí quedarme de pie, aunque me sentía mal por rechazar un asiento, todos se abren para que uno pase, ponen la cara del Papa cuando lava los pies a los mendigos. Yo respondía cortés y no le daba mayor importancia para que no se frustraran tanto. La última semana descubrí que con los audífonos puestos podía fingir que no los escuchaba y de hecho, mis audífonos no funcionaban. Yo veía cuando tímidamente me hacían una seña o me llamaban una vez y como yo no miraba, no querían más la atención de la otra gente y se hacían los desentendidos. De esa manera, nos ahorrábamos todos una situación más larga.
Otra cosa divertida fue la atención que captaba, los niños te miran como si no fueras humano. Su expresión es una combinación de miedo, con asombro y con esa ingenuidad del niño que mira sin disimular.
Durante todo ese tiempo, en la estación donde vivo un guardia abría una puerta especial para mi salida. Yo la cruzaba confiado, al ritmo de mi cojera extraña y le gritaba luego de pasar: “¡Gracias maestro!”.
Aquí en mi casa, dejaba el bastón y caminaba retumbando el departamento con mi pie de piedra. Mi novia se tomó la licencia conmigo; no iba a sus clases para venir a cuidarme y hacerme comida. Yo, en una suerte de estado vegetal, esperaba su llegada como la de una enfermera, le indicaba lo que había que cocinar pero, no podía evitar ir hasta la cocina a molestarla y dar órdenes como un anciano amargado; ella entendía que yo estaba un poco estresado por lo de mi pierna.
Esta experiencia estuvo marcada por mi cumpleaños. Mis limitaciones me desanimaron y no quería celebrar. Pero, eso no quiere decir que la gente que te quiere no lo hará.
Un viejo amigo viajó y pasó el fin de semana conmigo. Mi novia nunca siquiera consideró el hecho de no estar conmigo y mi compañera de departamento también se unió. La medianoche de mi cumpleaños estuve con ellos.
Al día siguiente, mi hermana y su novio que es un muy buen amigo mío llegaron temprano. Luego mi papá y su novia y entonces otra jornada donde fui el centro de atención. Para nada me molestaba su presencia, al contrario, traté de mirarlos para que percibieran mi alegría por su visita. A mi madre la podría ver cuando me recuperara y pudiera viajar. Pero, tú la concoces, ella sabe la manera de hacerme sentir que está siempre a mi lado.
Luego de eso, la última semana pasó volando. Yo dominaba la técnica del uso del bastón y bajaba escaleras a la velocidad del rayo, saltando peldaños y deslizándome por las barandas, aunque a veces mi novia se asustaba y entonces yo bajaba más lento. La gente se asombraba de mi agilidad, sobretodo en la avenida donde vivo; durante la luz verde yo cruzaba velozmente para que no me atropellaran y los conductores tocaban la bocina en señal de apoyo cuando yo estaba enfrente de sus autos. Fui un par de veces a la universidad, pero más que andar discapacitado, me cansaba responder tantas veces el motivo de mi bota de yeso y de los chistes , porque a mí no me causaban ninguna gracia.
Ya se cumplió el plazo. Me quitan mi yeso y mi pie debería estar bien. Mi reflexión fue acerca de sentirme tan distinto; te sientes aceptado en la medida en que primero te aceptas tú mismo. Luego, te darás cuenta de que el mundo simplemente no estaba preparado para alguien como tú. Y eso no es malo, es mágico. Fue una buena experiencia.
En fin, la vida sigue siendo lo mismo, no así mi identidad. Ustedes eran mis espejos y acá son otros los reflejos que veo, y tú, ¿cómo te sientes?
Te quiero